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‘Teletransporte’: recordando la perla del Báltico

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Hay ciudades que tienen alma y nombres que resuenan con ecos mágicos. San Petersburgo, la vieja Leningrado, posee ambas. Puede que no sea un alma luminosa y embriagadora como la de París, si no gris, fría, marmórea, imperial. Y quizás por todo eso, más imponente. El alma de la perla del Báltico silba como el viento gélido por las anchas avenidas y fluye como el agua helada bajo la capa de hielo que cubre sus canales. Pese a que la ciudad vive bajo cero durante meses y meses, sus habitantes no parecen sentir frío; la vida no se ralentiza.

La avenida Nevsky es la arteria principal. Arranca en la Plaza de Invierno, donde se alza el IMG_8235Hermitage, y desde ella se accede a muchos lugares de interés arquitectónico. Destaca la catedral de Kazán y sobre todo la iglesia de la Sangre Derramada, construida sobre el lugar del asesinato del zar Alejandro II en 1881. Cuesta decidir si uno se queda con el excéntrico exterior, con las cúpulas de estilo ruso y las ornamentadas fachadas, o con el interior diáfano y profusamente decorado con mosaicos monumentales.

A un cuarto de hora de marcha hacia el oeste nos topamos con otra institución: el teatro Mariinski, corazón del ballet y de la ópera de San Petersburgo. La gran sala sigue llenándose cada día para aplaudir a las glorias nacionales y cultivar la vida social a partes iguales. Muy cerca está la catedral de San Isaac, la mayor de las iglesias de la ciudad.

Los tesoros del Hermitage bien merecen dedicar una jornada entera. Sus colecciones de arte abarcan de un barrido toda la historia de la humanidad, desde herramientas paleolíticas hasta muestras del cubismo de Picasso, desde la Madonna de Leonardo da Vinci a las esculturas más famosas de Michelangelo; rara es la civilización que no tenga una prueba viviente de su existencia en el Hermitage. Pero además, integrado en la inmensa mole del edificio está el Palacio de Invierno, residencia de los antiguos zares. Aquí brilla en todo su esplendor su legado en forma de joyas, muebles, tapices y estancias enteras que recrean el lujo de la época.

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Desde los amplios ventanales del gigantesco museo se disfruta una panorámica del Nevá, ese río que permanece helado durante más de la mitad del año. Aquí los pescadores se reúnen en corros con sus taburetes plegables, perforan el hielo, esparcen el cebo y dejan transcurrir las horas entre sorbitos de vodka y conversaciones a baja voz.

Fue el zar Pedro el Grande quien fundó San Petersburgo en 1703, con la intención declarada de convertirla en “la ventana de Rusia hacia el mundo occidental”. El fundador es hoy una eminencia, y sus palabras han recobrado significado con el tiempo; el alma invernal de la ciudad no deja indiferente a nadie.

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Tagged: Rusia, San Petersburgo

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